lunes, 5 de diciembre de 2011

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A veces les resultaba sorprendentemente sencillo ser felices. Otras veces descubrían que tenían que "intentarlo", pero el intento parecía absurdo y estúpido. Ella se despertaba en plena noche pensando en todas las veces que él había herido sus sentimientos. Sin embargo había otros momentos... momentos de una inesperada serenidad, cuando se miraban a los ojos y todo el tiempo de ofensas y de alegrías, de situaciones malas y buenas, se fusionaban en un solo sentimiento que era mucho más potente, complejo y auténtico que cualquier sentimiento fugaz, o incluso el amor que había sentido por él los primeros meses de su relación.
Antes pensaba que aquella época exquisitamente feliz del principio de su relación con él era la definitiva, la que siempre intentaría reproducir y recuperar, pero ahora se daba cuenta de que estaba equivocada. Era como comparar agua con champán. El amor de los inicios es como un tónico, ligero y burbujeante. Cualquiera puede amar así. Pero el amor que une a dos personas que se han herido y perdonado, se han alejado y acercado, se han aburrido y sorprendido mutuamente, han visto lo mejor y lo peor de cada uno... esa clase de amor es inefable.